El hombre es, básicamente, imaginación, imaginación creadora, imaginación que es un flujo incesante, un despliegue de formas, figuras nuevas, que pueden hacer surgir lo que no es real. Por cierto que la imaginación comporta también un aspecto ensídico, la imaginación creadora de un poema, por ejemplo, debe instrumentalizarse en un código para poder decir lo que tiene que decir, pero de ninguna manera se agota en ese código. El psiquismo humano entonces puede aprehender la realidad magmática, porque su lógica también es la de los magmas. No se trata de una estructura cerrada en sí misma, atemporal, condenada a repetir siempre lo mismo, sino una facultad que puede también romper su propio cerco para configurar formas nuevas hasta entonces impensadas.
Si existir significa ser en el espacio-tiempo, entonces el cuerpo sin órganos no existe, dado que la realidad conlleva siempre un mínimo de organización y dado que en cualquier organismo, en tanto es tal, las intensidades deseantes ya están codificadas. Sin embargo es real y es preciso concebir esos flujos deseantes libres, no codificados y ontológicamente independientes de cualquier organización para poder comprender cómo y por qué son posibles las transformaciones sociales y personales. Porque si el deseo estuviera enteramente codificado por algún tipo de representación entonces las modificaciones histórico sociales que surgen a partir de una diferente orientación de las fuerzas deseantes serían imposibles, como era imposible el cambio en la unidad plena e inmóvil del ser parmenídeo.
ResponderEliminarLos flujos deseantes se desplazan entre un polo que tiende a captar el deseo y a territorializarlo, a hacerlo funcional a los intereses de los centros de poder y otro que continuamente lo desterritorializa para que escape, a través de alguna grieta del sistema y se vuelva potente para la transformación y el cambio. Es funcional al poder que todos deseemos lo mismo, es más fácil gobernar cuando no hay disidentes.
ResponderEliminarCada contexto socio-histórico tiene una particular manera de codificar el deseo que lo diferencia de los demás. Los centros de poder (aparato de captura) intentan permanentemente darle una representación al deseo, tornarlo consciente, orientarlo hacia ciertos objetos para poder manipularlo y tornarlo previsible e impotente, para evitar que transgreda las significaciones dadas. En la sociedad capitalista por ejemplo, el deseo es orientado hacia los bienes y los servicios de consumo a través del marketing, la publicidad, la propaganda. Cuando esto sucede, todos sabemos lo que queremos aunque no advertimos que eso que queremos proviene de un poder que se refuerza cuando las intensidades deseantes se reterritorializan siempre en la misma dirección. De este modo se intenta aplanar toda diferencia.
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