Eres
simplemente una cámara oscura cuyo diafragma se abre a la negrura de la noche.
Tu cámara es un fragmento de lava lanzado al espacio, y ese fragmento de lava
es llevado en un círculo alrededor de una estrella cuya potencia es tal que
ningún cuerpo en su vecindad puede escapar a su atracción. La estrella misma
huye en el vacío a una velocidad incalculable, hacia un destino que no
conoceremos jamás, forma parte de un lago de otros soles que conforma la
galaxia, que se aleja de los otros lagos, de las otras Vías Lácteas, cada una
hacia un punto del espacio a una velocidad incalculable, y cada uno de esos
soles, cada una de esas Vías Lácteas están tan lejos que aun si los miráramos
durante mil años nos parecerían inmóviles. Imagina todo eso. Mira el cielo. Los
lagos de estrellas, los soles, las nebulosas, los cúmulos, las nubes, los
racimos de escarcha adheridos a los cometas. Piensa en el cortejo de los astros
y de sus satélites, Júpiter, Saturno, Marte, Venus, Mercurio. Piensa que todo
lo que acabo de decirte pasa por ese orificio minúsculo de tu pupila, un rayo
tan fino como uno de tus cabellos, que entra en la cúpula de tu cráneo, en la
casa de tu cuerpo, en el tiempo de tu vida tan breve, de tu tiempo que no dura
más que la cigarra que escuchas en el mismo instante, colgada de la rama del
algodonero, que adivina el mundo con un solo grito.
Imagina que esta noche es la más larga de tu vida. Déjate arrastrar a otro mundo, adivínalo a la manera de la cigarra, por los poros de tu piel, no solamente con las cámaras oscuras de tus ojos, sino con todo tu cuerpo. Respíralo, bébelo. Si crees saber algo, olvídalo.
Imagina que esta noche es la más larga de tu vida. Déjate arrastrar a otro mundo, adivínalo a la manera de la cigarra, por los poros de tu piel, no solamente con las cámaras oscuras de tus ojos, sino con todo tu cuerpo. Respíralo, bébelo. Si crees saber algo, olvídalo.
Jean-Marie Gustave Le Clézio
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